Desde el año pasado que venía leyendo buena crítica de la reinvención que DC Comics está haciendo de Los Picapiedra. Pues sí, como ya deben saber la idea es reinventar gran parte del universo de monos clásicos de Hanna-Barbera con ideas tan descabelladas como convertir a Los Autos Locos en una sucesión de carreras a muerte para deleite de los dioses, a Scooby Doo en una banda de adolescentes hipsters tratando de sobrevivir el apocalipsis y al León Melquíades en un escritor de teatro gay.
Sin embargo, el cómic que más ha impactado hasta ahora es el de los Picapiedra. Y con razón, pues se trata de un producto cultural asombroso que claramente está hecho con cariño y dedicación, además de un componente de crítica a la sociedad contemporánea en general y a la gringa en particular. Esta nueva existencia de un mono tan conocido nos ofrece la excusa de mirar con ojos contemporáneos algunos elementos clásicos de la serie, como la logia de los búfalos mojados, que ahora es la asociación de veteranos de las guerras paleolíticas, grupo de apoyo para lidiar con el estrés post-traumático de haber participado en el genocidio que permitió el establecimiento de Piedradura.

Las extrañas novedades tecnológicas de este universo primitivo son un descubrimiento para los personajes, que eventualmente se ven dominados por una locura consumista que conocemos bien, acudiendo fielmente al mall en busca de nuevos artefactos que supuestamente facilitan la vida. Curiosamente, esta fiebre de posesión material tiene como contrapunto la asistencia de la gente a la nueva institución religiosa de la ciudad: la primera iglesia del animismo. Esta última se sostiene de creencias asociadas a la antigua vida nómade de los habitantes de Piedradura, en la cual seguían a un pájaro llamado Morp. Para deleite de los asistentes, el sacerdote encuentra a un pájaro de esta especie en el mall y lo lleva a la iglesia para adoración:

El uso de Morp como tocadiscos lo desacredita completamente como dios, generando una crisis religiosa que intenta ser reemplazada con un elefante (aspiradora) y finalmente con un dios invisible llamado, eh… Gerald, porque no se le ocurrió algo mejor al sacerdote que, en vista de la comprometedora posición de su institución animista, crear el monoteísmo.

Y por si la religión no fuese suficientemente problemática, luego los cuestionamientos abarcarán también a la institución del matrimonio (totalmente nueva en la cultura primitiva de Piedradura y recibida con rechazo por miembros de la comunidad por ser una práctica “antinatural”). Y por si a alguien le queda alguna duda que este sea un asunto del matrimonio igualitario, hay dos personajes homosexuales que disipan cualquier vacilación al respecto. Así, la propuesta contemporánea de los Picapiedras es directa en su tono crítico-humorístico, utilizando elementos familiares en un nuevo formato y se erige como un cómic fresco y estimulante capaz de evidenciar problemas de la sociedad contemporánea.
Si bien el estilo de dibujo no es de mi total agrado, los guiones son estupendos, y algunos temas se van desarrollando a la par de acontecimientos reales actuales. El quinto número, publicado en enero de este año, no se hace el loco con alguna historia banal y olvidable, y cuenta la firme sobre la guerra en contra de la gente de los árboles (que permitió el establecimiento de la ciudad y el triunfo del sedentarismo). El recuerdo de estos tiempos traumáticos para Pedro y Pablo es motivado por las elecciones de alcalde y la aparición de un caudillo violento y cabeza caliente, tal como el que los llevó a participar (engañados) del genocidio… A su vez Pebbles y Bambam, estudiantes de secundaria, se enfrentan al candidato escolar, que es un bullyingero de primera. El parecido con la actualidad gringa es obvio pero no termina allí.

El cómic lleva 8 números publicados y el último hasta ahora es sugestivo también. En él ocurren varias cosas que demuestran cómo esta serie no se queda chica en temas peliagudos, sino que los va embrollando: el nuevo alcalde (Clod el Destructor) acude a la propaganda para recanalizar los recursos de protección sociales en virtud de comprar armamento para la guerra; un profesor renegado alecciona a los niños sobre economía, desigualdad e injusticia social; y Vilma visita a su madre en el campo, lo que nos hace testigos de su historia de vida, entrelazada con la aparición de la agricultura (descubierta y desarrollada por las mujeres) y la práctica del intercambio de esposas, de la cual escapa trágicamente.
Esperemos que a futuro esta nueva serie siga tan enérgica en su crítica y conflictos, pues en la última entrega economía, género y desigualdad se cruzaron de un modo espléndido. Me alegra el que un “mono”, disfrazado de simple y puro entretenimiento, ayude a interpretar de modo más complejo la jodida realidad contemporánea: ¡Yabba-dabba-doo!